LOS BILLETES EN EL MANTO DE LA VIRGEN DE LA BELLA, UNA TRADICIÓN SECULAR
En Lepe, indiscutiblemente, todo lo que tiene que ver con la Virgen de la Bella adquiere un valor único y un significado especial. De ahí que las tradiciones que han acompañado los cultos de nuestra patrona hayan permanecido imperturbables a lo largo de los siglos, hecho encomiable en un pueblo como el nuestro en que hemos perdido la mayor parte de nuestro patrimonio cultural y artístico en las últimas cuatro décadas. Sin embargo, algunas de esas tradiciones, tan enraizadas en el tiempo, han desdibujado su primitivo significado y aún cuando sigamos repitiendo los ritos como un día fueron, hay casos en los que hemos olvidado su autentica razón de ser y tienden a verse, por el gran público, como algo fuera de contexto, chabacano y tosco. Sin saber que con ello estamos rememorando una tradición secular con un significado preciso y, a veces, hasta sorprendente.
Algunos son los ejemplos que podríamos poner en este sentido: el traslado de la Virgen del Camarín al Altar Mayor el 7 de agosto, la Romería actual y, cómo no, los billetes que luce la Imagen el 15 de agosto en su manto. Esta última cuestión será el tema del presente artículo y el objetivo no será otro que explicar su origen y su porqué.
Sobre esa cuestión, seguramente hemos oído de boca de algún forastero decir lo raro que resulta ver una procesión tan solemne con el manto de la Virgen punteado de dinero. Al escuchar ese comentario, o bien nos callamos o respondemos que es una costumbre “de toda la vida”, pero poco más sabemos añadir. No obstante, detrás de esa conducta tan peculiar nuestra se esconde toda una remembranza de tiempos pasados que, haciéndose hoy de “otra manera”, busca la misma finalidad que ayer: aportar un donativo a la Señora en compensación por una gracia alcanzada o demandando alcanzarla.
Pero demos marcha atrás al reloj. De todos es sabido que la Bella no tuvo hermandad propia hasta el año 1954 cuando un grupo de leperos, al frente del entonces sacerdote don José Arrayás, fundan la referida Institución. Hasta ese momento, las ceremonias y actos relacionados con la patrona de Lepe eran organizados por el párroco con el apoyo del pueblo y de la hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, que recogía en sus Estatutos la necesidad de asistir a los cultos y procesión de la patrona. Pero los gastos eran sufragados exclusivamente por sus fieles y devotos. A partir de ese año, será la hermandad la que asumirá esos asuntos.
Retrotrayéndonos más aún en el tiempo, cuando la Virgen estaba y daba nombre al Convento de El Terrón, eran los frailes franciscanos retirados en dicho cenobio los que se encargaban de todo lo referente a los ritos y a su ajuar, situación que no debió resultar demasiado complicado dado que durante los siglos que la Imagen permaneció entre esa congregación su devoción traspasó las fronteras estrictas del pueblo, propagándose por buena parte del occidente de la provincia de Huelva, el Algarve portugués, Extremadura y algunas áreas de Hispanoamérica. De ese modo, el cenobio se convirtió en un lugar de peregrinación, siendo esos peregrinos los que con sus limosnas y aportaciones sufragaban los gastos y cultos de Nuestra Señora.
Será más tarde, en 1835, con la desamortización de Mendizábal y con la llegada de la Bella a Lepe cuando el pueblo asuma, prácticamente en su totalidad, la parte material y ritual de las ceremonias de la Virgen. Y será entonces también cuando el párroco acopie el dinero necesario para costear la novena y la procesión. Con ese fin cada año, en los primeros días de agosto, el sacerdote se echaba a la calle con un burrito a pedir por las calles del pueblo; en este caso no se buscaba sólo dinero, sino además una pequeña parte de la cosecha. Así, cada lepero entregaba lo que podía: unos almudes de almendras, unos cuantos más de cebada, trigo, avena, melones, etc. Esos frutos, más tarde, eran vendidos y convertidos en metálico.
Junto a esa aportación en especie, las gentes tenían la costumbre de tirar algunas monedas a la “mesa” del paso durante el recorrido procesional. En un principio, esos efectivos eran “duros” de plata. Esa costumbre hizo que también muchos vecinos menos favorecidos económicamente ahorrasen, céntimo a céntimo, durante todo el año para, próximos al 15 de agosto, cambiarlos por una sola pieza y ofrecer a la Bella cinco pesetas de ese metal y, con ellas,
dar las gracias por lo bueno que les hubiese pasado o pedir alguna intercesión. La costumbre continuó así, sin cambios, hasta la llegada del franquismo.
En ese momento, y debido a la acuciante necesidad de minerales surgidas por la guerra, el régimen retira prácticamente la totalidad de las monedas de curso legal quedando en circulación, tan sólo, una pocas de escaso valor, pues hasta las pesetas se acuñaron en papel. A raíz de esa situación, cuando algún devoto quería donar a la Bella una limosna de cierta cuantía debía hacerlo necesariamente en billetes, billetes, que, obviamente, no se podían tirar al paso desde lejos. De esa manera arraigó la costumbre que hoy conocemos de sujetarlos con alfileres al manto.
De cualquier forma, también hemos de decir que cuando la Hermandad percibió la necesidad de sustituir el tisú del manto antiguo por el terciopelo rojo que actualmente luce, la Junta de Gobierno de ese momento pretendió erradicar esta costumbre y que las gentes no ensartasen el dinero en él. Para ello, situó en la procesión a algunos hermanos junto al paso con bandejas destinadas a recoger los donativos. El resultado no fue el esperado y la mayoría de las personas se negaron a utilizar ese medio, pinchando sus donativos como era la tradición
Así, de forma sutil se consolidó definitivamente la vieja costumbre. Eso sí, reeditada y más visible por mor de la autarquía impuesta tras la guerra y, remozada con la llegada del euro, en un “sobremanto” con el cuño y colores de una moneda de curso legal vigente en más de veinte países de economía globalizada.